Como que la fantasía carece de límites podríamos preguntarnos: ¿qué ocurriría si alguien, realmente, fuese capaz de vivir inmerso en un éxtasis tan profundo que no necesitase comer o dormir durante un espacio de tiempo muy prolongado, y al cabo de –pongamos por caso– transcurridos doscientos años volviese en sí, y entonces tuviese que incorporarse a la sociedad en que se hallase?
¿Por qué no suponer cuáles serían los enormes cambios, tanto en el aspecto espiritual como en el general que, sin duda, habrían tenido lugar?